Educación rural en México en el siglo XXI

Crecí escuchando la historia de una escuela rural que existió, allá en las primeras décadas del siglo pasado, en un lugar del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca. Mi madre me contaba cómo era aquella escuelita de su pueblo Tapanatepec, en la que ella estudió y donde sólo se impartían cuatro grados de primaria. Pasé, pues, muchas tardes de mi infancia conociendo qué enseñaban, cómo trabajaban, quiénes eran sus maestros y cómo eran los exámenes que aplicaban; qué travesuras hacían los niños y las niñas, qué fiestas celebraban, las recitaciones y las canciones que aprendían, cómo se insertaba la vida escolar en la de la comunidad y viceversa. Yo reconstruía en mi imaginación todo aquello y estoy segura de que esos relatos y el hecho de que mi abuelo fuera uno de los profesores de esa escuelita, hizo nacer en mí un cariño especial por la profesión del maestro y en particular por la escuela rural.

Por eso y por varias oportunidades que he tenido de acercarme al campo y a su gente, regreso a él una y otra vez desde el faro de la educación, con el propósito de aportar algo que ayude a no dejar morir esa parte de nuestro país que representa nuestras raíces, que ha alimentado con su trabajo, su pensamiento, su cultura y su sangre a nuestra patria.